Gabo en la redacción de EL HERALDO

En la sala de redacción de EL HERALDO rodeado por periodistas y trabajadores, así como  por Juan B. Fernández Renowitzky, director; Juan B. Fernández Noguera, subdirector; Ricardo Rocha, editor, y Loor Naissir.
Por Angélica Cano 
 
Reflexiones tan significativas como “La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor” o tal vez otras como “En la carrera en que andan los periodistas debe haber un minuto de silencio para reflexionar sobre la enorme responsabilidad que tienen”, son, indiscutiblemente, las huellas de la experiencia que marcó en su vida Gabriel García Márquez.
 
Más que un escritor, novelista, cuentista o guionista, Gabo siempre se catalogó periodista, por darle a sus escritos un manejo profesional informativo, de carácter investigativo y con una profundidad en sus historias. Pero también por ser esta profesión el complemento perfecto de su talento poético y narrativo. “El periodismo me ha ayudado a establecer un estrecho contacto con la vida y me ha enseñado a escribir. La obra creativa, de fantasía, ha dado valor literario a mis trabajos como periodista”.
 
Y buena parte de esa experiencia la adquirió inicialmente en su voluntad de trabajar mientras estudiaba Derecho en la Universidad de Cartagena, ya que él actuaba tal y como lo expresa en sus reflexiones: “Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad”.
 
Es que Gabo siempre reflejó su pasión por medio de las letras y su facilidad de escribir, labor que fue puliendo cuando Alfonso Fuenmayor le facilita el acceso a EL HERALDO, y un 5 de enero de 1950 empieza a hacer parte de esta casa periodística con una primera columna de nombre ‘La Jirafa’, porque decía “era el sobrenombre confidencial con que solo yo conocía a mi pareja única en los bailes de Sucre”, y en la que no quiso firmar con su nombre sino con el seudónimo Séptimus,tomado de Septimus Warren Smith, el personaje alucinado de Virginia Woolf en La señora Dalloway. 
 
Esa sería la primera de las 394 entregas que hizo casi diariamente, en un primer tiempo en ‘La Jirafa’, además de algunos editoriales, que en su mayoría son imposibles de identificar, porque mantenían el estilo del periódico, que suprimía la personalidad del autor. 
 
Al entrar en la redacción, bajo la dirección de Juan B. Fernández Ortega, en la Casa de la Calle Real, la tarea del reconocido escritor colombiano era la de seleccionar noticias entre los cables que llegaban a la redacción del periódico, y los que en muchas oportunidades sirvieron de tema a tratar en la columna que escribiría varios días a la semana. Esa, que en pocas palabras fue un espacio diferente, que Paul Baudry en su texto ‘Claves para una poética de lo anecdótico en La Jirafa’, lo explicó como “donde terminaban encallando aquellas noticias que exceden lo catalogable, que se mofan de la gravitas periodística, a la espera de su transformación imaginaria cuando el columnista las reescriba”.
 
En sí, en ‘La Jirafa’, García Márquez intentaba dar consistencia a las circunstancias virtuales y ocultas para explicar lo inexplicable de los hechos.
 
Solo él sabía cómo no aburrir al lector, ya que escribía con tal ímpetu que causaba una especial sensación, que cada día eran más los adeptos, que confirmaban el sentido de sus reflexiones. “Cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo”. 
 
Y es que ni el agotarse los temas hacía que el premio Nobel de Literatura dejara de redactar su columna, hasta el punto de escribir sobre la falta de tema, pero también en muchas ocasiones acudía a apuntes personales y a sus papeles secretos de escritor.
 
Uno de los hechos que marcaron al escritor en sus primeros meses en Barranquilla fueron sus vivencias personales, como el viaje del Sabio Catalán y el regreso de Álvaro Cepeda Samudio, entre otras.
 
Gabo, al lado de columnistas de la época como Alfonso López Michelsen y Germán Vargas, y de periodistas como Juan Gossaín y Juan Goenaga, también cumplía otras funciones en EL HERALDO como ser titulador, alcanzando muy pronto un notable grado de perfección.
 
Hacia enero de 1951 se precipitó el declive de la crónica, que en algo tuvo que ver con el alejamiento de Gabo no solo de sus actividades periodísticas sino también de Barranquilla, y en febrero de 1951 regresa a Cartagena, sin dejar de colaborar en EL HERALDO, ya que fue la temporada en que por problemas económicos se mudan sus padres y hermanos, de Sucre a la Heroica, desde donde enviaba sus columnas y editoriales a esta casa periodística hasta el 27 de julio, cuando dejó de colaborar y escribió la última ‘Jirafa’ de la primera temporada, titulada “El festival de la fealdad”.
 
Sin embargo, el 12 de marzo de 1952 se reanuda la publicación de ‘La Jirafa’ con una titulada “Una pequeña historia rural”, y nuevamente García Márquez se encuentra en Barranquilla,  pero sus circulaciones disminuyen con un promedio de 6 a 9 columnas al mes.
 
Su tarea incesante en EL HERALDO concluyó un 9 de diciembre de 1952, con su columna “La casa de los Buendía”. Luego toma la decisión de viajar con su madre a Aracataca para vender la casa de los abuelos, donde había nacido, y realiza algunos viajes por las provincias de Magdalena, el César y La Guajira en compañía de su amigo el compositor de Patillal Rafael Escalona. 
 
En un número especial de Navidad, EL HERALDO publica su cuento titulado “El invierno”, que es un capítulo de La hojarasca; luego se pierde la pista de Gabo durante un año. No obstante, críticos como el francés Jacques Gilard sostienen que durante este lapso vendió enciclopedias en La Guajira junto a Álvaro Cepeda.
 
Aun alejado del periodismo, Gabo se sentía vinculado a esta actividad, que comparó con las peleas boxísticas y sus reconocimientos, dejando claro que no había opción de rendirse. Así lo parafraseó “el periodismo es la profesión que más se parece al boxeo, con la ventaja de que siempre gana la máquina, y la desventaja de que no se permite tirar la toalla”.