Una parranda de letras

Por Ana Milena Pugliese Araújo
 
Gabo vivió para contarlo: desde sus caminatas de casa en casa en pueblos del Magdalena, Cesar y La Guajira vendiendo enciclopedias y escuchando cuentos, mientras en el ambiente se advertía el aroma de un sancocho de leña a pleno sol; hasta cuando presenciaba eternas parrandas con los juglares que exaltaron el legado de un género en el que reposan las historias tradicionales de los amores, cánticos populares y anécdotas de los abuelos: el vallenato.
 
Las hazañas del compositor patillalero Rafael Escalona, su cómplice, su hermano, ensalzaban a la perfección el realismo mágico de las estructuras narrativas que degustaba a diario Gabriel García Márquez. Su amistad era el eje de una admiración mutua. Ese con quien parrandeaba tras dejar sus libros en la casa del coronel Clemente Escalona, para irse por ahí, a algún pueblo cercano. 
 
“Por Gabo llegué a La Cueva, donde conocí a varias figuras que luego acrecentaron la conciencia cultural del país. Allí se escuchaba mucho vallenato y él me sacaba las tripas pidiéndome que le contara cómo hacía mis canciones y por qué. Nuestra amistad era más abierta que un cura confesor. Cuando le presentaba una nueva, él me decía ‘Hombre qué vaina tan buena’, y una hora después ya la estaba cantando mejor que yo. Su oído es peligroso, y su memoria, más”, dijo en una ocasión Escalona, autor de clásicos vallenatos como La vieja Sara, El testamento, Honda herida, La creciente del Cesar, María Tere y La brasilera, entre otros.
 
El Nobel y el acordeón. Tenía una marcada empatía con los forjadores de la cultura musical costeña, y era un apasionado por las interpretaciones y manifestaciones artísticas provenientes del Caribe. El vallenato, por ejemplo, era para él una gran esfera macondiana en la cual encontraba las más interesantes anécdotas, que luego, reseñaría directa o indirectamente en sus textos, apoyado en el acervo histórico y folclórico que adquirió en sus travesías por los caseríos y veredas. “Puedo demostrar que detrás de cada línea de mis libros hay un hecho real”, dijo a la cadena TVE en 1982.
 
Uno de los enunciados célebres garciamarquianos fue “yo mismo, más en serio que en broma, he dicho que Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas y que El amor en los tiempos del cólera es un bolero de 380”. Para el Nobel, la armonía entre las notas de un acordeón, una caja y una guacharaca, eran el complemento ideal de los versos compuestos por seres “intelectuales del vallenato”, tal y como describió en una ocasión a su entrañable amigo Escalona, autor de una de sus canciones favoritas: Elegía a Jaime Molina, un tributo a la amistad.
 
En otra oportunidad, refiriéndose al protocolo de un acordeón sonando, dijo que cuando él conoció el vallenato, “era un verdadero sacrilegio bailarlo”, agregando que el lenguaje de las canciones surgen de la vida y la calle, y el vallenato lo estaba haciendo. “La parranda vallenata es en un sitio alrededor de los cantantes, donde la gente toma mucho trago por días o años, mientras está el sancocho. Pero es para oír. No se baila. Ahora se empezó a bailar, qué le vamos a hacer”.
 
Agrega que haciendo historia del vallenato, su origen es “estrictamente narrativo”, “de cuando los juglares iban de pueblo en pueblo cantando un acontecimiento”. “Eso ha evolucionado. Que ahora sea romántico y esté pisándole los terrenos al bolero, que ha sido un emperador del romanticismo en la música Caribe durante años, a mí me parece que es una consecuencia de los tiempos”.
 
Parranda en Aracataca. En el año 1963, tras siete años de viajes por el mundo, García Márquez  llega a Cartagena para participar en el Festival de Cine y le pide a Escalona que lo ponga al día en materia de noticias  vallenatas.
 
El compositor le responde que le dará pormenores en una semana en Aracataca. Este episodio, según lo narra Gabo en una crónica en el diario El Espectador,  contó con la presencia en su tierra natal de compositores e intérpretes vallenatos. Precisa que “el  escritor Álvaro Cepeda Samudio llevó tres camiones de cerveza helada, y los repartió gratis entre la muchedumbre. Escalona llegó tarde, como de costumbre, pero también como de costumbre llegó bien, con nadie menos que con Colacho Mendoza, de quien nadie dudaba entonces que iba a ser lo que es hoy: uno de los maestros del acordeón de todos los tiempos”.
 
García Márquez afirma en Valledupar: la parranda del siglo, que aquella pachanga de Aracataca “no fue el primer festival de la música vallenata -como ahora pretenden algunos-”, y que ni quienes la promovieron —sin saber muy bien lo que hacían—, podían considerarse sus fundadores. “Pero tuvimos la buena suerte de que les inspirara a la gente de Valledupar la buena idea de crear los festivales de la Leyenda Vallenata”.
 
Años después, en 1968 se llevó a cabo en Valledupar la primera edición del festival, en el que trabajaron figuras como el expresidente Alfonso López Michelsen, Escalona, y la Cacica Consuelo Araújo.
 
Homenaje en el Festival Vallenato. En el año 2000, la edición número 33 del Festival de la Leyenda Vallenata fue dedicada a Gabo, con un homenaje a la altura de los más grandes “por ser el máximo defensor y difusor de la música vallenata en el mundo”.
 
Sobre Leandro Díaz. García Márquez describió en una crónica al ciego compositor Leandro Díaz como “una especie de patriarca mítico”.
 
Durante la guerra mundial, cuando no fue posible importar más acordeones de Alemania, la tradición no sufrió ni una grieta, porque el ciego Leandro Díaz reparaba los acordeones más antiguos hasta dejarlos como nuevos. La semana pasada, cuando lo oí cantar otra vez después de casi 20 años, y me envolvió con la belleza de La diosa coronada -que no sólo es su canción más hermosa sino una nota muy alta de nuestra poesía-, tuve la sensación de haber entrado por primera vez en el ámbito prohibido de la leyenda. Sin embargo, a su lado no era menos mítico Emiliano Zuleta cantando, con su voz estragada por los años y el alcohol de caña, los versos magistrales de La gota fría, que para mi gusto es una canción perfecta, y por tanto, un punto de referencia que no pueden perder de vista los creadores de hoy. La lista no se acaba fácil: Chico Bolaño, Toño Salas, Lorenzo Morales y tantos otros.
 
Suenan acordeones en Estocolmo. Se podría afirmar que el gusto de Gabo por la música de acordeón es como su amor por las letras. Una comisión vallenata lo  acompañó a  recibir el Premio Nobel de Literatura a Estocolmo, aquel 10 de diciembre de 1982. Allí estuvieron, entre otros: Tomás Alfonso Poncho y su hermano Emiliano Zuleta, Rafael Escalona, la antropóloga Gloria Triana, el cajero Pablo López, y Consuelo Araujonoguera.
 
A partir de esa travesía del Caribe a Suecia, se tejieron enriquecedoras y divertidas anécdotas, todas desde el punto de partida de una entrevista en la que el hijo de Aracataca dijo: “no quiero estar solo en Estocolmo, me gustaría celebrar mi premio con cumbias y vallenatos”.
 
Álvaro Castaño Castillo, amigo del alma de Gabo, con quien compartía atardeceres de poesía en su casa campestre de Suba, relató en una oportunidad que los invitados a Suecia viajaron en un avión de Avianca, durante veinte horas de vuelo. 
 
“Nos bajamos y eso parecía un bus de colegio en vacaciones, todos gritaban. Era algarabía vallenata. Recuerdo abrazos devastadores y Gabo ya estaba nervioso. Fue entonces cuando en Estocolmo el acordeón y la presencia de Escalona y los Hermanos Zuleta, junto a los tambores de Totó la Momposina sonaron, tiñendo de trópico cada esquina de la ciudad de hielo. Se iluminó como un juego pirotécnico”.
 
Y en su viaje al más allá, en el que de seguro hará una parada en  La casa en el aire pa’ darle un abrazo a Ada Luz, lo estarán esperando buena parte de sus compadres, cómplices de la onda garciamarquiana, con quienes compartió inolvidables episodios a los alrededores de la Plaza Alfonso López en Valledupar, y otros escenarios del Caribe: entre ellos Rafael Escalona y su Jaime Molina, Consuelo Araujonoguera, Álvaro Cepeda Samudio, Colacho Mendoza, Leandro Díaz, Gustavo Gutiérrez y Poncho Cotes. 
 
La bienvenida será una parranda celestial incesante, en la que los acordeones macondianos, cajeros, guacharaqueros, compositores y verseadores se pasearán de nube a nube, celebrando junto a las mariposas amarillas la llegada del autor de la obra que inmortalizó a Aracataca. 
 
Como decía Escalona, en la canción Honda herida: 
 
Y un hombre así mejor se muere, ay, para ver si así descansa…
 
Una canción al Nobel
Consuelo Araujonoguera relató en su escrito “Escalona, el hombre y el mito”, que en el tiempo del Premio Nobel alguien le preguntó a Rafael Escalona que por qué no le hacía “un paseo bien lindo como los suyos, maestro, a Gabo”. A lo que el patillalero respondió que él no hacía cantos por encargo. Al llegar de Estocolmo, con la delegación, cuenta Consuelo que a Escalona “le bastó un repaso somero a dos de las mejores obras literarias del amigo para sintetizarlas en un merengue bien llamado ‘El vallenato Nobel’, que luego sería interpretado por los Hermanos Zuleta. Araujonoguera aclararía que aunque es un vallenato dedicado a García Márquez, “sustancialmente es un canto para Dina Luz, la mujer de Escalona”.
 
Vallenato nobel
Gabo te mandó de Estocolmo, un poco de cosas muy lindas
Una mariposa amarilla, y muchos pescaditos de oro.
Gabo sabe lo que te agrada, por eso él te manda conmigo,
el perfume desconocido que tiene un olor a guayaba.
También te manda, las mariposas amarillas, de Mauricio Babilonia.
Le mostré las frases tan lindas, que escribiste en un papelito
Pa’ que se dé cuenta Gabito que yo sí tengo quien me escriba.
En el nuevo libro de Gabo, dijo que él iba a publicar que yo me parezco a un gitano, y mi corazón a un imán.
También te manda, las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia.
Lo único que no me gustó de Estocolmo fue que no me pude entender con las monas ombe. Hablan muy enredao’.
Sabes que Estocolmo está lejos, queda muy cerquita del Polo.
Allá se camina en el hielo, que un gitano trajo a Macondo.
Gabo me ha invitado a su fiesta, y esto es para mí un gran honor.
Fui con los Hermanos Zuleta pa que el rey oyera acordeón.
También te manda, las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia.