Un homenaje a la exitosa soledad del escritor

Gabo llegó el 26 de marzo de 2007 a Cartagena con 80 años recién cum plidos. El auditorio Getsemaní lo recibió para celebrar los cuarenta de la primera edición de Cien años de soledad, con la venia y el inicio de sesiones del IV Congreso Internacional de la Lengua Española.

Gabo y su obra y otras coincidencias marcaron esa fecha y ese año porque también se celebraban los sesenta de su primer cuento publicado, La tercera resignación, y el 25 aniversario de haber sido laureado con el Premio Nobel de Literatura.

Para terminar de plasmar el homenaje al escritor, la Real  Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española lanzaron una edición popular de 500.000 ejemplares de Cien años de soledad.Este honor solo lo había tenido El Quijote, con motivo del cuarto centenario de la obra de Miguel de Cervantes.

Justamente en el Auditorio Getsemaní, García Márquez recibió el primer ejemplar de la edición que él revisó. Fue una ceremonia encabezada por los reyes de España; el presidente de Colombia en ese año, Álvaro Uribe, su esposa Lina Moreno, Un homenaje a la exitosa soledad del escritor y Víctor García de la Concha, director de la Real Academia de la Lengua Española.

Viejos amigos del cataquero intervinieron en la inauguración del evento, entre ellos, Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez, Antonio Muñoz Molina y el expresidente colombiano Belisario Betancur. Otros como el expresidente español Felipe González y su homólogo estadounidense Bill Clinton, invitados de honor, no pararon de aplaudir las reminiscencias que se hacían sobre el Nobel del Magdalena y por supuesto el discurso de 13 minutos que este dio.

Palabras para Gabo

En la apertura de discursos el rey de  España Juan Carlos de Borbón expresó que Gabriel García Márquez es, en sí mismo, en su trayectoria creadora, un ejemplo vivo de esa unidad del español en su diversidad, una de las figuras más insignes de la literatura en español.

Agregó el monarca que “gracias a la lengua española, a la exploración que García Márquez hizo de sus secretos y riquezas en una gustosa experiencia de lector y en un paciente, apasionado trabajo de orfebre, lo difícil se hizo sencillo, y una experiencia universal —la de la radical soledad del hombre y la implacable acción arrasadora del tiempo— se encarnó en un lugar, Macondo, situado en una realidad que es sueño”.

El expresidente Belisario Bertancur (1982—1986), quien gobernaba Colombia el día que García Márquez recibió el Nobel de Literatura, expresó en una entrevista con tono crítico que “a pesar del esmero con que el propio escritor corrigió las pruebas de la primera edición (...) se deslizaron en ella indeseadas erratas y expresiones dudosas que editores sucesivos han tratado de resolver con mejor o peor fortuna”.

Ya en el discurso, en pleno evento, el exmandatario conservador afirmó que el escritor caribeño descubrió el Macondo que se había forjado (...) “ y fue entonces cuando llegó el primer Melquíades de la profecía de Nostradamus”.

Por su parte, el ya fallecido escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez recordó que tuvo la fortuna de asistir en Buenos Aires al nacimiento de Cien años de soledad y de ver la instantánea luz de gloria que cayó sobre el libro y sobre el autor, llevándoselos a «los altos aires donde no podían alcanzarlos ni los más altos pájaros de la memoria».

Añadió Eloy Martínez que más de una vez se preguntó qué habría sucedido si hubiese leído Cien años de soledad con la ortografía simplificada que propuso García Márquez en el pasado Congreso de la Lengua en Zacatecas, “sin los  desconciertos de las ásperas jotas y de las ges de música indecisa, sin las haches menesterosas y avergonzadas, y con las eses y las ces fundiéndose en los abismos de ninguna parte”.

En el mismo escenario el español Antonio Muñoz Molina,  premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013, comparó en un aparte de su intervención el placer que sintió al leer las obras cúspides de Miguel de Cervantes y Gabriel García
Márquez. César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes, se refirió al Nobel como uno de los mayores íconos mundiales de nuestra lengua y le agradeció por su obra.

Más tarde el también fallecido escritor y ensayista mexicano Carlos Fuentes recordó cuando Álvaro Mutis le presentó a Gabriel García Márquez en 1962, en Ciudad de México, en la calle de Córdoba 48, en “una casa llamada ‘La
Mansión de Drácula’ por su evidente aspecto transilvánico y sede de la compañía productora de cine de Manuel Barbachano Ponce”.

Desde ese momento —aseveró Fuentes— la amistad entre los dos “nació allí mismo, con la instantaneidad de lo eterno”.

Fuentes también rememoró que como editor de una revista mexicana de literatura se le encomendó la misión de ir publicando los cuentos de García Márquez, “cada uno más maravilloso que el anterior, porque cada uno contenía al anterior y anunciaba al siguiente: “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” y “Un día después del sábado” conducían a El coronel no tiene quien le escriba y a La mala hora, pero también prolongaban, como el eco del mar dentro de un caracol, los inquietantes pórticos de pasados relatos de Gabo. “La tercera resignación”, “Eva está dentro de su gato”, “Tubal-Caín forja una estrella”, “Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles” y “Ojos de perro azul”..., títulos que eran nombres, nombres que eran bautizos, nombres de misterio y amor que se pronosticaban a sí mismos como arte y artificio, naturaleza y natividad, profecía y advertencia,recuerdo y olvido, vigilia y sueño”.